Thierry Dusautoir, por Heiko Prigge |
Oscar Wilde dijo una vez que el rugby era una buena forma de tener a treinta energúmenos fuera de la ciudad durante cada fin de semana. Mucho tiempo ha pasado desde entonces y si el escritor irlandés, autor de El retrato de Dorian Gray, pudiese echar un vistazo a los rugbiers del momento comprendería que su definición ha quedado obsoleta. Thierry Dusautoir, el capitán de la selección francesa, es un claro ejemplo de ello. "Deporte y estudios se pueden complementar, pero se necesita compromiso".
Thierry Dusautoir es un tipo imponente. Un jugador de rugby clásico, educado y elegante en las formas, pero contundente en su labor. Su trabajo oscuro, pero realizado con exquisitez, le han canjeado no solo el reconocimiento y el respeto de sus compañeros, sino también el de sus rivales. Recibir la capitanía era, pues, cuestión de tiempo. En concreto tres años desde que en 2006 debutara con el combinado nacional francés.
Nacido en 1981 en Abiyán, la capital de Costa de
Marfil, emigró a Francia con su familia a los diez años de edad. Allí no solo
se forjó como uno de los mejores 'flankers' del momento, sino que también labró su futuro como ingeniero químico, licenciatura que consiguió tras su paso por la escuela nacional de esa materia en Burdeos. Amante de la historia y la geografía fue una
maestra amiga de su madre quien le convención para pasarse a las ciencias.
Dusautoir creció correteando por la pequeña granja que sus abuelos paternos tenían en Costa de Marfil, donde se asentaron en 1948 después de que su abuelo Jean sirviera como aviador francés en la Segunda Guerra Mundial. Allí entre cultivos de cacao y café, en pleno corazón de África Occidental, el pequeño de la familia fue feliz, hasta que un día, como él mismo dijo, "de repente se quedó sin infancia" cuando sus padres decidieron mudarse a la austera Périgueux, una ciudad industrial en la Dordoña francesa, en el suroeste del país. No fue el único que lo pasó mal. Su padre, Bertrand, profesor de física y química, jamás se recuperó de una fuerte depresión que le causó el desprecio de sus alumnos, cargando con ella hasta su muerte en 2008. Fruto de ello, tuvo que dejar la docencia y su matrimonio acabó por resentirse.
Dusautoir creció correteando por la pequeña granja que sus abuelos paternos tenían en Costa de Marfil, donde se asentaron en 1948 después de que su abuelo Jean sirviera como aviador francés en la Segunda Guerra Mundial. Allí entre cultivos de cacao y café, en pleno corazón de África Occidental, el pequeño de la familia fue feliz, hasta que un día, como él mismo dijo, "de repente se quedó sin infancia" cuando sus padres decidieron mudarse a la austera Périgueux, una ciudad industrial en la Dordoña francesa, en el suroeste del país. No fue el único que lo pasó mal. Su padre, Bertrand, profesor de física y química, jamás se recuperó de una fuerte depresión que le causó el desprecio de sus alumnos, cargando con ella hasta su muerte en 2008. Fruto de ello, tuvo que dejar la docencia y su matrimonio acabó por resentirse.
Thierry Dusautoir web oficial |
Sin dinero que pudiera entrar en el hogar su madre volvió a impartir clases y fue su hermana Wassia quien se encargó de cuidar de él. No obstante, para aquel joven chaval el hecho de tener que recurrir a veces a la beneficencia para saciar el hambre, dejó un poso de resignación difícil de olvidar. Su amor propio, como años más tarde lamentaría, le hacía negarse a tocar aquella comida que su hermana había ido a recoger, aún habiendo ella tenido que dejar a un lado su orgullo, ese sentimiento que tanto le pesaba a él en caso de recurrir a la caridad.
Por aquel entonces, Thierry, el segundo de tres hermanos, se refugiaba en el judo como bálsamo con el que calmar el dolor de los golpes que la vida le iba propinando. Más de diez años practicando este arte marcial japonés, su habitación estaba empapelada con los pósteres de su ídolo de la infancia - el judoka David Douillet-, y la meta por competir en esta disciplina en unos Juegos Olímpicos, copaban gran parte de sus aspiraciones deportivas del futuro.
El rugby, parece entonces, que no era algo que se le pasara de momento por la cabeza. Hasta que un día unos amigos, (benditas amistades), como no, le animaron a probar. Thierry, por aquel entonces, pasaba por ser un chaval normal de dieciséis años y, como él mismo aseguraba, un tanto introvertido sobre todo a la hora de relacionarse con el género femenino. "Era un tipo reservado y el rugby me desinhibía y me hacía pasar buenos momentos con los chicos de mi edad. Además, era más fácil ligar con chicas". Los argumentos de sus colegas no pudieron ser más persuasivos.
Así que empezó a jugar al rugby, aunque a escondidas. Su madre no soportaba la idea de que su hijo se dejara el pellejo y fuera pisoteado por otros quince muchachos. Un temor que ha rondado alguna vez a toda madre cuando alguno de sus vástagos llega a casa con un ojo morado y una bolsa llena de ropa embarrada. Tanto fue así que pasarían hasta ocho años hasta que Kekane Dusautoir se atreviera a pisar un estadio para ver a su pequeño sobre un terreno de juego, perdiéndose así el meteórico ascenso de Thierry, quien tardó solo cuatro años en convertirse en profesional desde que empezara a jugar.
Thierry Dusautoir web oficial |
Entre 2001 y 2003 jugó para el Burdeos-Begles donde disputó 33 partidos. Los inicios no fueron nada sencillos y pronto comprobó que el reto de compaginar deporte profesional y estudios estaría casi a la misma la altura de cualquier gran partido del VI Naciones o de una final del Mundial, como aquella de 2011 en la que lideró a los suyos frente a los mayúsculos All Blacks, con ensayo y reto a la haka incluidos.
Tras un primer año difícil, finalmente, se matriculó durante su segunda temporada en Burdeos en la Escuela Superior de Física y Química de esa ciudad. "Esto no solo me permitió prepararme para la escuela de ingeniería, sino que también pude continuar con el rugby. Eché a perder el primer trimestre, fue una gran decepción, pero lo repetí y aprobé con buenas notas". Las prácticas relacionadas con sus estudios también influían en sus decisiones a la hora de escoger nuevos retos deportivos. En 2003 emigró al Biarritz Olympique, no solo por el hecho de permanecer en el Top 14, la primera división francesa, tras el descenso administrativo de su anterior equipo, sino también porque su nuevo club también se hizo cargo de conseguir un empleo relacionado con sus estudios, ya que el anterior en una fábrica de piezas de avión tuvo que dejarlo. Dos años después, se licenciaría en ingeniería química y se proclamaría campeón de liga. "Me sentí aliviado. Llegué a casa y dije: 'mamá, soy ingeniero' y se quedó tranquila. Para ella eso era lo más importante. El rugby en un principio no le interesaba".
Una vez conseguido el primero de los objetivos, se centró por completo en el rugby. Aunque insiste: "El rugby no es mi vida. Crecí gracias a él, pero no por él". Tercera línea rápido y efectivo en el placaje (cuenta con un espectacular récord de 38 placajes y un ensayo en el partido contra Nueva Zelanda en el Mundial de 2007), se ha ganado a golpe de hombro el sobrenombre del 'Destructor Oscuro', fue escalando posiciones hasta que en 2006 llegarían dos momentos importantes en su carrera: ficharía por el potente Stade Toulousain y Bernard Laporte, por aquel entonces seleccionador francés, le llamaría para los 'test match' de junio contra Rumanía, donde ensayó, y Sudáfrica en 2006. Desde entonces, se ha ganado un lugar propio en el equipo nacional, aunque acudió a la cita mundialística de 2007 por la lesión de Elvis Vermeulen, haciéndose en 2009 con la capitanía de 'les bleus', honor que también tendrá a partir de entonces con su actual club.
Los títulos no tardarían en seguir llegando: cinco del campeonato francés, una Heineken Cup y un flamante VI Naciones en 2010, con Grand Slam incluido, así como un segundo lugar en el último Mundial de 2011, mismo año en el cual sería proclamado por la IRB, máximo organismo del rugby internacional, mejor jugador del mundo, segundo francés en la historia en conseguir dicho reconocimiento tras el medio melé Fabien Galthié en 2002.
"El rugby es un deporte donde los jugadores tienen los pies en el suelo, un enlace a la vida real que puede ser complicada", expresa con elocuencia este ingeniero químico en la vida civil y un obrero incansable en los terrenos de juego, de esos que se colocan siempre a la vanguardia de cualquier batalla. En el fondo Wilde, un enamorado empedernido, jamás consiguió comprender que antes sus ojos no batallaban treinta indocumentados, sino la última suerte de románticos que existe.
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