“La anarquía es simplemente orden”, Pierre Joseph Proudhon.
No es carente de cierta ironía que una de las normas más
modificadas en los últimos años sea la más problemática de todo el Rugby,
antiguamente no era así. Su único
sentido era ordenar a los jugadores para reanudar el juego de forma lo más
parcial posible. Sin embargo, ¿quiénes son los culpables de este continuo
quebradero de cabeza que tenemos hoy día? ¿Jugadores, entrenadores, árbitros…?
En cierto sentido todos tienen su parte de culpabilidad; muchos árbitros carecen de experiencia y conocimiento para controlar una melé; los primeras líneas están tan enfrascados en su batalla individual con su oposición,
que no les importa realizar faltas con tal de no ceder un centímetro de
terreno; las cabezas pensantes siguen viendo en la melé una interrupción en el partido y comienzan a desesperarse de esta faceta del juego, que no es otra cosa
sino el símbolo de este deporte.
La melé en sí ha variado su razón de ser a lo largo de los
años. Antes era una forma de reiniciar el juego, hoy día, según el reglamento
esa sigue siendo su función, pero los jugadores lo desconocían o simplemente le
restaban la importancia que se le da actualmente. Antiguamente la melé estaba formada, disputada, y prácticamente finalizada, antes de que los jugadores no participantes en la misma estuvieran colocados en su
respectiva posición. Actualmente todos los actores y espectadores del partido
esperan pacientemente el vital y laborioso agarre de los delanteros para
disputar la melé, sin mencionar resets, golpes francos, de castigo... Si
la melé es a cinco metros, sin comentarios. Hoy día la melé carece de sentido como forma de reinicio del
juego, los jugadores lo ven como una oportunidad de humillar al rival, los
entrenadores como la oportunidad de conseguir tres puntos tras un golpe de
castigo, para los patrocinadores un ahuyentador de la audiencia, para las
aseguradoras un pozo de dinero sin fondo y por último para los árbitros que lo
ven como un marrón.
Las tres últimas modificaciones de la norma no hacen más que
tratar de acortar los tiempos de la melé y de favorecer su disputa. No obstante, no se encuentra con la tecla. La regla del: “Sí, nueve”, ha durado apenas unos
meses y ahora la alternativa carece de ningún tipo de consigna, que da
fe a la capacidad del árbitro para entenderse con los medios de melé. La única
diferencia entre el "sí, nueve" cantado y gestual, es que los encargados de introducir el oval en el agrupamiento cantan
su entrada en vez del árbitro, lo que sigue generando ansiedad entra las
primeras líneas, provocando así sucesivos golpes.
Esta regla está muerta desde el día que nació. No gustó ni a árbitros, ni a jugadores , ni a entrenadores, lo único positivo de las nuevas directrices
es que se ha dejado claro que se acabó el chollo de la introducción parcial, a
pesar de que algunos jugadores hayan clamado que talonar ponga en riesgo la seguridad de los talonadores.
Antiguamente la autogestión de los jugadores imponía el suficiente orden y coherencia como para evitar este tipo de dilemas, pero la llegada de Tío Gilito a este deporte, con sus ávidos ojos representando el dolar en ellos cambió todo. El ganar, y ganar, y ganar, y volver a ganar, y ganar, y ganar, se convirtió en lo más importante; crearon normas para prohibir las faltas, y prohibir es precisamente incitar.
Viva la anarquía, viva la melé.
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