El segundo equipo de Hortaleza volvió a caer en casa, esta vez ante el conjunto de Rivas (15-35), que supo imponer su mayor poderío físico a lo largo del partido, en especial durante las fases estáticas del juego.
El
año del dragón no existe. Al menos para nosotros, el equipo B de
Hortaleza, que bastante tenemos con intentar batir las alas cuando
tenemos ante nosotros a un contrincante de menor ralea. El sábado ese no
era el caso. Aunque sin grandes alardes, Rivas volvió a doblegar a los
dragones, que se marcharon al tercer tiempo con la sensación de sentirse
estafados una vez más ante el postrero devenir que le espera a la
temporada.
El
inicio de partido dejó algo patente, muchos de los jugadores del
Hortaleza no son ávidos lectores. Si difícilmente llegan al final de una
crónica sin extenuarse, exigirles una lectura del reglamento se antoja
como el mayor de los retos. Chewaka, haciendo patente su desconocimiento
del manual, posó el oval en la línea de marca propia, propiciando una
melé a cinco que acabó con los primeros puntos en contra (0-5).
Así,
cuando la línea conseguía levantar los ánimos de la afición local
gracias a su buen hacer, al día de inspiración de Dosser, y al toque de
calidad extra que aportaba Leo (5-10), los del sur de Madrid volvían a
asestar un nuevo golpe (5-15).
La
segunda mitad alargó un poco más la agonía local. Si bien, el XV
rondaba la 22 visitante, Rivas se encargaba de alejar cualquier atisbo
de remontada anotando los golpes de castigo que los jugadores de
Hortaleza se encargaban de cometer a lo largo y ancho del terreno de
juego, o abofeteando a los dragones con nuevos ensayos (15-25).
Los
quiebros y cabalgadas de Leo, que esta semana iluminó los malienses
colores de la cada vez más negra camiseta del segundo equipo de
Hortaleza, y el ímpetu del extraviado Isma, que el día que se lo crea
nos enterrará a todos, intentaron animar un marcador que, para sorpresa
del que escribe, funcionó durante el partido (15-35).
El
año del dragón es una fecha abstracta, oída hasta la saciedad por los
improvisados astrólogos y pitonisos que encumbró el club, que si en
algún momento vino recogida en nuestros calendarios, fue borrada de la
única manera que el rugby tiene de hacer las cosas: a golpes.
Jamás
nadie dijo que el camino fuera a ser fácil. Sin ir más lejos, ahí están
nuestros hermanos mayores, sudando sangre para recuperar las zonas
nobles a las que han demostrado estar más que capacitados. Sin embargo,
este año no habrá dragones para el equipo B lo suficientemente grandes
como para no deambular por los abismos de la clasificación.
Aún
a riesgo de estar cayendo en el peor de los fatalismos, lo cierto es
que pese a algún que otro destello, el paso de los dragones ha sido más
vacilante y torpón del que cabría esperar a inicios de temporada, cuando
los cantos de sirena que muchos quisieron adoptar como banda sonora
anegaron todos los rincones del vestuario y las regadas tertulias
tabernarias.
La
indulgencia para con las derrotas y la condescendencia para tratar las
mismas se han convertido en dos de las rémoras que obstaculizan el paso
del equipo. La situación es tal, que la conquista de una touch, o
alcanzar la supremacía en una melé se celebra como el más de los
determinantes ensayos. Circunstancias infinitamente paupérrimas si se
tienen en cuenta las metas que se marcaron en un principio.
Si
bien nuestros hermanos parecen haber obtenido su particular redención,
nosotros, portando nuestros aleatorios dorsales y sin imágenes que
ilustren nuestras caídas, seguiremos siendo fantasmas en el cielo, como esos de los que hablaba Johnny Cash, los cuales tuvieron que cambiar sus costumbres de hoy, para poder cabalgar mañana.
Alineación: 1. Pakirrín (17. Julián), 2. Chencho (c), 3. Muñeco
(16.Alexón); 4. Daver, 5. Isma, 6. Cutrapali, 7. Mac, 8. Urki (18.
Tamin); 9. Pelusa (m.m); 10. Dosser (ap.); 11. Martin, 12. Rodri, 13.
Leo, 14. Roberto Fuentes (21. Gonzalo); 15. Chewaka.
Anotadores. Ensayos: Leo (x2); Isma.
Texto: Marcos Teixeira
Imágenes: Juan Caballero
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