“Somos lo que
hacemos para cambiar lo que somos”, Eduardo Galeano (1940).
Las puertas del
autobús de la delegación del XV de Hortaleza se abrieron por
enésima vez ese día en las inmediaciones de la penitenciaria de
Estremera. Un desplazamiento especial y emotivo. Novedoso para muchos,
estimulante para todos. Los ecos de libertad resonaron aquella mañana de
diciembre por todo el amplio muro que rodeaba el penal, pues un partido de
rugby iba a tener lugar. Los gritos que bramaron los jugadores de la Escuela
de Rugby Madiba antes y después del choque recordaron a la gran
batahola de los presos anarquistas que describía Nanni Balestrini en 'Los
Invisibles', pues como aquellos, tampoco se resignan a su suerte, confían
en que serán escuchados y solicitan con vehemencia una nueva oportunidad.
Pero antes, los veteranos del lugar quisieron mostrar a los
más bisoños un nuevo concepto de eso que una parte del cuerpo técnico del club
ha dado a conocer como activación, una suerte de despertador con el oval previo
a los partidos, y lo hicieron en una de las cantinas de la comarca, de la que
salieron perturbando la calma del lugar y graznando el primer fuego del día
gracias a los digestivos brebajes allí servidos.
De camino, las
chanzas protagonizadas por los más agitadores de la comitiva contrastaban con
los grises paisajes que iban dejando atrás. Ajenos a la atmósfera que se
respiraba en el exterior, el XV seguía con su particular preparación de cara al
encuentro que les enfrentaría con la Escuela de Rugby Madiba,
formada por los internos del centro y verdaderos protagonistas de esta nota.
Volviendo a líneas
pretéritas, y más allá de la distensión que pudiese revolotear por el ambiente,
el equipo llegó a su destino con la lección y la responsabilidad de ofrecer su
mejor trabajo, no ya solo por los colores y escudo que defendían, sino también
por el respeto a la casi treintena de hombres que dentro les esperaban y que
tenían marcado a fuego ese día en sus calendarios. Así, liderados esta vez
por Manuel, cuya experiencia sin duda servirá de referente para
muchos de los antiguos compañeros con los que iba a enfrentarse, los dragones
pisaron la acolchada arena, en la que el equipo de Madiba ya esperaba ansioso.
Haciendo gala una
vez más de la máxima de este deporte, el partido fue lo suficientemente intenso
como para no caer en la relajación y en la autoconfianza. El pundonor de los
locales sorprendió a muchos de los nuevos dragones, a pesar de que algunas de
las advertencias más repetidas en los momentos previos al choque alertaban del
empuje y bravía de los jugadores de Madiba.
La Escuela
de Rugby Madiba recoge en las tres palabras que conforman su nombre
todos los atributos que éstas podrían desprender. Sus corajudos miembros
conforman la imagen de lo que una vez llegó a representar este deporte, y de lo
que todavía es capaz de hacer por la comunidad que le rodea. El rugby es
un lenguaje que, más allá de la carencias técnicas y de reglamento que todos
podemos tener, entienden a la perfección, por ello se presenta como el mejor
deporte para trasmitir una serie de valores. Saben que se pega duro, pero el
juego limpio y el respeto al árbitro y a los rivales son capitales.
Existe un vínculo
especial entre aquellos que abrazan los sinsabores del oval. El rugby enseña a
comunicarse, esencial en este deporte, su intrínseco espíritu gregario,
relegando el interés personal por el del grupo, se convierte en la mejor
herramienta de reinserción social. Lo más importante es la unidad de la tribu,
algo que Carlos Solla, artífice de Madiba, ha querido transmitir a
sus jugadores de rugby, más allá de la perfección en el pase o la tracción a
las cuatro ruedas de su melé, que por otro lado en peso y coraje no tiene nada
que envidiar a muchas de las que se pasean por los campos de algunas
categorías.
En definitiva se
trata de modificar las conductas negativas
utilizando fundamentalmente dos herramientas: el diálogo y el juego. Simbiosis perfecta
para transmitir el mejor de los mensajes. A fin de cuentas, como
decía Víctor Hugo, no existen malas hierbas, sino malos
cultivadores. El capitalismo, bajo su dominio económico, financiero y político,
se sirve y demanda una gran cantidad de peones -siempre los más vulnerables-
con los que perpetuar así su ominoso sistema.
El resultado fue lo de menos. Los triunfos ese día poco o nada
tuvieron que ver con el número de ensayos que ambos equipos hubieran podido
conseguir. La victoria fue el propio partido en sí. Que los olvidados supieran
que fuera existen mejores causas por las que sangrar y a las que unirse. A los
demás nos queda observar con orgullo como el deporte que te apasiona se
convierte en la terapia que reconcilia a estas personas con una sociedad injusta
de la que muchos fueron víctimas.
Imágenes: José Luís Hernandez Sanz
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