'Los Teros' celebrando su pase al Mundial de Inglaterra 2015./AFP. |
Sin embargo, Uruguay, los últimos románticos de un deporte que hace tiempo dejó de serlo, con tan solo cuatro profesionales, es el único representante de la cita que todavía mantiene el espíritu original del rugby: el amateurismo.
Como si la nueva tiranía del negocio quisiera castigar a quien todavía mantiene su esencia primigenia, 'Los Teros' han caído en el 'grupo de la muerte' con Inglaterra, Australia, Gales y Fiji, cuatro auténticas potencias, que ante la dificultad del cuadro destinarán parte de sus esfuerzos en castigar con el mayor número de ensayos a los uruguayos, a la espera de que los puntos a favor designen a las dos selecciones que pasarán a los cuartos de final.
Sin embargo, ha sido el sistema de la IRB quien ha propiciado que Uruguay haya acabado en tan mortífero grupo, tras llegar a través de la última repesca, la que tuvieron que disputar ante Rusia, a la que lograron superar 57-49 en el global de la eliminatoria.
No será la primera vez que Uruguay consigue 'colarse' en la ceremonia de la flor y nata del rugby internacional. Tras ser admitida por la IRB en 1989, estuvo presente en las citas de 1999 y 2003, logrando dos históricas victorias en cada una de ellas. La primera contra España -sí, España estuvo en un Mundial- (27-15) y la segunda ante la hoy potente selección de Georgia (24-12).
En la cita de este año, el primer coloso al que deberán hacer frente será Galés, a priori el tercero en discordia de un grupo en el que Inglaterra, que lleva preparándose para 'su' mundial en cuanto aterrizó de Nueva Zelanda en 2011, y Australia, que viene de ganar la última edición del Rugby Championship, deberían disputarse las dos plazas que dan acceso a los cuartos de final, cuidándose muy mucho de no quedar segunda, pues Sudáfrica se antoja primera del grupo B.
Pagando para jugar
Pablo Lemoine, en su época primer rugbier uruguayo en ser profesional, es el responsable de un combinado formado en su mayoría por estudiantes, empresarios y jóvenes profesionales, de los cuales, algunos pagan por jugar en sus respectivos clubes en Uruguay.
Tan solo cuatro profesionales estarán a las órdenes del carismático Lemoine, entre los cuales no estará el mejor jugador que hay actualmente en el país, el tercera línea del Castres francés, Rodrigo Capó, quien no viajó a Inglaterra por motivos personales.
Agustín Ormaechea, del Stade Montoi; Felipe Berchesi del Carcassone -ambos de la segunda división francesa-; Mario Sagario, del Massy ahora en la tercera del campeonato galo; y Gastón Mieres, del Valpolicella de la Serie A italiana; son el resto de asalariados del rugby uruguayo.
En Sudáfrica cambió todo
El rugby está marcado, más que cualquier otro juego, por tradiciones y códigos. Algunos se enseñan incluso antes que las complejas reglas de un deporte incomprensible para quienes se acercan por primera vez a él y siempre novedoso para aquellos que ya saborearon sus mieles. Una de aquellas prácticas era la de jugar por el mero hecho de hacerlo, sin más gloria que vestir la camiseta de tu club.
Una imagen utópica de un deporte que dejó atrás dicha tradición a partir, dicen quienes saben de esto, del Mundial de Sudáfrica de 1995. Aquel año no solo Nelson Mandela logró unir a todo un país bajo la estela de los 'Springboks' -un equipo que hasta entonces había sido utilizado como un símbolo del apartheid-, el mítico Jonah Lomu también aunó las reclamaciones de muchos jugadores que aspiraban a ser profesionales principalmente por las grandes diferencias que empezaban a darse entre jugadores y equipos.
Así, aquel bisote neozelandés de casi dos metros y 120 kilos que estuvo a punto de perderse el torneo por las exigentes condiciones físicas de los 'All Blacks', arrasó a todo aquel que osó interponerse en su camino.
La diferencia física entre él y cualquier otro tres cuartos rival era abismal y eso hizo que muchas federaciones empezaran a replantearse romper con el carácter amateur de hasta entonces, algo que ya se había hecho en países como la propia Nueva Zelanda, Australia, Sudáfrica o Francia.
Dos meses después, tras la victoria en la final del Mundial de los 'Springboks' sobre los 'All Blacks' en Johannesburgo, la IRB decidió abrazar de manera definitiva el profesionalismo.
Rápidamente, los mundiales del deporte ovalado ganaron en espectacularidad, además de erigirse en una importante fuente de ingresos para la IRB, pasando de un millón y medio de euros en 1987 a unos 170 millones en 2011, y convirtiéndose en la tercera cita deportiva más vista a nivel global, solo por detrás del Mundial de fútbol y los JJOO.
Actualmente, salvo abnegadas excepciones a nivel de clubes, el amateurismo se ha convertido en países como Uruguay, España o Portugal, más que en un valor, en una imposición, por la falta de recursos económicos, publicidad y de seguimiento por parte de los medios de comunicación.
En una reciente entrevista, el capitán de la selección italiana Sergio Parisse reveló que, al menos, en las Web Ellis Cup en las que él ha estado presente (Australia 2003, Francia 2007 y Nueva Zelanda 2011) no se celebró el celebérrimo tercer tiempo que tiene lugar tras los partidos.
De ser así este año, Uruguay, como ilustre representante de este espíritu de antaño, podría hacer proselitismo de aquel acervo cultural que hizo del rugby el último deporte romántico, y recordar a los profesionales, que más allá del dinero y los títulos, existen tradiciones que jamás deben perderse.
Raphael
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