miércoles, 30 de septiembre de 2015

Hortaleza encuentra en Toledo el secreto del acero


¡Y la tierra tembló! El fuego y el viento derribaron a aquellos gigantes y arrojaron sus cuerpos a las aguas. Pero, en su ira, los dioses se olvidaron el secreto del acero en el campo de batalla. Nosotros lo encontramos. Solo somos hombres. Ni dioses, ni gigantes: solo hombres.
Conan el Bárbaro (John Milius, 1982) 



Con la cerveza fría en la mano y el partido concluido, los más experimentados en defender los intereses del segundo equipo del XV Hortaleza (no tantos si tenemos en cuenta la gran cantidad de púberes que nutre este año el senior más las nuevas incorporaciones) recordaban lo que había costado otros años empezar la temporada ganando. La memoria jugaba una mala pasada pues hacía dos años se iniciaba la Tercera Regional con una abultada victoria. Precisamente aquel año el equipo estuvo cerca de descender y en la impactante victoria entonces influyó la dureza del rival. La de Toledo es de sobra conocida para los hortalinos, a los que se les resistía la capital manchega desde que sus moradores descendieran desde la segunda división del rugby madrileño.

El partido fue raro. No porque Toledo se adelantara (7-0), ni tan siquiera porque lograra imponer su ritmo de juego, sino porque los jugadores del XV, a pesar de no poder encadenar más de dos o tres fases de juego seguidas, tampoco parecían preocupados o sufrir agobio alguno por ello. Tampoco era muy normal que el sol azotara con vehemencia --parada para rehidratarse incluida, al modo tropical-- para al rato esconderse y dar paso a unas nubes con ganas de romper en tormenta. Mucho menos normal, y esto se llevó la palma, fue que el medio de apertura hortalino aquella tarde manchega abandonara preciptadamente y de motu proprio el terreno de juego por discrepancias con la dirección técnica a la hora de reflejar las disconformidades con el colegiado de la contienda.

Pero ciñámonos a lo estrictamente deportivo. Minutos antes de eso, el ‘ocho’ de la melé madrileña, Borja, había roto el rosco visitante (7-5) y aliviado una creciente impotencia en los muchachos de Chencho. Sin embargo, para desesperación de la barra tulli desplazada hasta los antiguos dominios de la Maléfica Cospedal, Toledo visitó de nuevo la marca contraria poco después de la reanudación. “Apollardaos”. Palabra de capitán. Así volvieron los hortalinos al césped tras el descanso, y el rival no tardó en cobrarse el ensayo.


Pocos indicios auguraron la remontada que estaba por venir. El rival aflojó el ritmo, incapaz de aguantar la pegajosa presión que imprimían a sus invitados, y Hortaleza fue ganando presencia en el juego a la par que soltura en ataque, animándose a romper con alegría la defensa toledana. Dos ensayos más, uno de Julián en la esquina (12-10) y otro de un inspirado Borja (12-17), culminaron la remontada.

Aún tuvo tiempo Hortaleza de intentar un cuarto ensayo que de una tacada les diera el bonus ofensivo y quitara a Toledo el defensivo, pero en su osadía por lograrlo y no matar el partido echando el balón fuera con tiempo cumplido, dieron al rival una última posesión que despertó los temores de más de uno. Con el oval recuperado, el capitán mandó parar el delirio y el partido quedó ahí.

De su excursión por La Mancha pocas conclusiones positivas pudieron sacar. Habían jugado sin brillantez, sí, pero habían ganado. Y por encima de todo, supieron ver el trabajo y el sufrimiento la única forma de salir de aquel campo con un botín que mereciera la pena. Algo fácil de decir pero no tanto de hablar. Algo que unos musiquillos acuñaron como el secreto del acero, evocando una fábula de cierta peli ochentera que comienza, por cierto, con la cita de un famoso existencialista alemán de esas que tanto gusta compartir en los siempre atendidos perfiles de las redes sociales, un gran termómetro en Hortaleza con el que tomar la temperatura a la plantilla de nuestro querido club.

A Hortaleza no le había quedado otra salida que la del sudor. Y cuando el látigo dio un respiro, tomar la iniciativa y golpear. Ni dioses, ni gigantes: solo hombres. Pero nunca menos que eso.

Hablando de currantes (porque esta crónica habla de eso, de tipos que podrán ganar o perder pero nunca cejar en el intento), al acabar el partido uno que pertenece a esta clase de jugadores quiso acordarse de otro de los suyos, y dedicarle una victoria de la que lamentablemente no había podido ser partícipe. Esta humilde crónica va también por ti, Martin.


Texto: Leonardo

Fotografías: Enrique Rugbier

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