El XV de Hortaleza protagonizó una desastrosa tarde de sábado en la
que volvió a abrazar viejos vicios y evidenció una insultante indolencia
ante las acometidas de su rival, que se paseó con bochornosa
superioridad por la mal llamada cueva de los dragones, si se tiene en
cuenta lo escasamente fieros que se mostraron ante los veteranos
jugadores del tercer equipo de Arquitectura (15-79).
El
dragón, que jamás salió de su cueva, apenas puso resistencia en la
defensa de sus dominios. La fiereza que se le presupone jamás la dejó
entrever y los alegatos al orgullo propio a medida que los ensayos
rivales caían como pesadas losas, no eran más que desesperadas súplicas
guiadas más hacia el frágil ánimo de quien las emitía que al de los
supuestos destinatarios.
Intimidados por las primeras arremetidas
de sus asaltantes, los de Hortaleza encajaron uno tras otro los casi
consecutivos e inmisericordes golpes como si de estoicos boxeadores se
tratasen. Sin embargo, besaron tantas veces la lona que ya casi no
dolía. Se levantaban por pura inercia, mirando un verde pasto tan
artificial como su presencia allí, en su casa, en su campo, en sus
dominios, profanados esa tarde con lacerantes sacudidas imposibles de
detener.
Escandalosos
fallos en el placaje propiciaron el crecimiento de su rival, que a buen
seguro jamás imaginó que encontraría tantas facilidades en su visita a
Hortaleza. A la manifiesta superioridad mostrada por los altivos
visitantes se le sumó una suerte de humillante desidia que minuto a
minuto se fue apoderando del XV, incapaz colectivamente de ofrecer un
atisbo de pundonor que justificara el viaje de su inquieta y animosa
hinchada hasta las frías tribunas de piedra de esa maltrecha guarida de
dragones.
Cualquier espasmo, que ni los más optimistas pudieron
considerar como un síntoma de una sorprendente reacción, era respondido
por La Escuela con dolorosos ensayos. El agua se tornó más insípida que
nunca y la camiseta adquirió un funesto color negro del que siempre
había conseguido huir gracias a los vivos colores verde, amarillo y rojo
de la bandera etíope, que engalanan su bella oscuridad.
Sin
embargo, numerosas son las leyendas que narran historias de fantásticos
dragones dormidos. Folclóricas bestias escandinavas, que al amparo de
sus angostas cavernas, reposan el orgullo herido de antediluvianas
batallas. Temidas fieras que guardan con recelo, no ya fastuosos
tesoros ni bellas princesas, sino el símbolo de su caída, una suerte de
almendra de cuero de confuso baile, que no entiende de fidelidades.
Sobre su derrota, las insignes figuras de esos dragones mitológicos se
erguirán majestuosas, porque siempre ha sido así, y porque el camino que
decidieron tomar no entiende de atajos.
Alineación:
1. Muñeco, 2. Chencho (c), 3. Pakirrín; 4. Daver, 5. Isma, 6. Harpo, 7.
Chef, 8. Pedro; 9. Pelusa (m.m), 10. Javi López (ap.); 11. Roberto
Fuentes, 12. Doser, 13. Ocaña, 14. Keko, 15. Chewaka.
También jugaron: 16. Chemari, 17. Julían, 18. Alexón, 19. Muscu, 20. Abad.
Marcador: Ensayos: Chef (2), Pelusa.
Texto: Marcos Teixeira
Fotografías: Jorge Bodelón
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