El tipo puso definitivamente rumbo hacia rutas salvajes hace ya unos cuantos años, después de que un curso en Alaska destapara sus más intrínsecas predilecciones por morar más allá de la civilización, o al menos estar lo más cerca posible de la nada para poder perderse rápido en ella. Nicolás Fernández-Coppel (1993, Madrid) bajó por las Rocosas hasta que se topó con Calgary, en el suroeste de Canadá, para vivir su particular sueño americano, pero con seguridad social.
Pero una cosa es ser un poco anacoreta y otra muy distinta ser un inadaptado, así que tras un año en Alaska , "está demasiado despoblado y es muy bonito, pero no para vivir", y después de acabar la carrera de ingeniería mecánica, cogió sus bártulos y acabó con su compañera finalmente en Canadá, en donde tuvo no pocas diferencias con las oficinas de inmigración y los funcionarios de aduanas.
"En Alaska me enamoré de la naturaleza salvaje y creció en mí el sentimiento de que no me podía quedar en Madrid, así que después de acabar la carrera y atisbar el panorama laboral, empecé a barajar destinos. Apareció Calgary y tras consensuar con mi señora atamos el petate y nos plantamos allí".
Sus líos con inmigración le impedían al principio trabajar legalmente, así que más por imposición que por decisión pasó a desempeñar el estereotipado papel que hace las delicias del racista de turno, el de latino ocioso, pero con tiempo para el rugby cuando una lesión de rodilla y la pandemia le dejaron.
Antes, en Alaska, donde "la intempestiva meteorología hace que la temporada empiece en primavera", sólo pudo jugar un par de partidos con el equipo local. Ahora, lo hace para Calgary Saracens, "un equipo con mucha historia y con unos valores muy parecidos a los del XV. Son inclusivos, por eso me aceptaron".
"Es una gran familia con socios de todas las edades. En el senior tenemos tres equipos también y no hay restricción de juegos entre las categorías regionales así que, como nos faltan jugadores, nos toca jugar varios partidos, a veces de continuo".
La falta de compañeros es una de las cosas que nunca tuvo en Hortaleza, al menos durante la mayoría de las temporadas en las que estuvo. "Entrenamientos de cien personas, compromiso y buen juego es algo que no he vuelto a vivir", cuenta Coppel cuando subió al senior en 2012 de la mano de Oti.
Antes, con doce años, probó en Alcobendas, donde jugaba su hermano, pero la conexión del transporte público no era la mejor y ya más tarde, con dieciséis, bastaron un par de entrenamiento con Liceo para comprobar que "el ambiente no cuadraba mucho conmigo".
Previa llegada al senior, un curso en juveniles, después de que Leo, otro de aquella buena camada que acabaron nutriendo primer y segundo equipo, le invitara a probar en el XV, en el que "un amable Ignacio Izarra" ejerció de su Cicerón particular.
"Bajo el entusiasmo de Oso y la experiencia de Eladio me inicié verdaderamente en este deporte. Ese año fue duro para nosotros, los juveniles, sólo ganamos un partido en toda la temporada, pero yo gané hermanos de por vida y 15 kilos".
Después de cuatro años viviendo al filo de lo imposible está más cerca de protagonizar su propio programa de televisión a lo Bear Grylls, que de volver a verle por estos lares, para disgusto de los amigos que deja aquí. Aunque después de contar que "la magia del tercer tiempo" no es la misma en Canadá, queda la esperanza de volver a disfrutar de la compañía de este bodeguero un día de estos.
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