El rugby es uno de esos deportes
en que, a veces, los gestos son más importantes que el juego en sí. El pasillo
del ganador al vencido, el ágape del local al visitante, el honor de seguir
intentando un ensayo cuando ya es imposible ganar, no celebrar los puntos por
deferencia al rival, etc. Todos son detalles que marcan la diferencia y que
hacen que este juego sea algo más. Pero esto se va perdiendo poco a poco, ya sea por
el camino hacia la profesionalización, la soberbia de los propios clubes o por
el hooliganismo que a veces se
demuestra en los campos. Por eso hay que poner de relieve y dar valor a lo que
hicieron los héroes del segundo equipo de Alcobendas del pasado sábado. Ese
club no se merece unos jugadores tan gallardos y abnegados como los que tiene.
A priori tenía que ser un gran derbi,
un partido decisivo, un encuentro de los que apetece ver. Se juntaban todas las
circunstancias para vivir uno de los grandes choques de la temporada. Es un
derbi por la propia historia de los clubes, no hay que olvidar que el XV de
Hortaleza deriva del Teka Alcobendas que tanta guerra dio hace años en División
de Honor. Era un partido clave porque se disputaba la segunda plaza de la
primera regional madrileña. Era un encuentro que podía deleitar a la grada,
sabiendo de lo aguerridos que son sus jugadores y de las grandes tardes de
rugby que estas escuadras han ofrecido en el último año en diversos torneos. Además, había designado para la ocasión al mejor cuerpo arbitral posible: el 'señor' más mediático de Madrid, y el linier más comprometido y destilado de toda regional. Pero
parece que eso no es suficientemente importante para un club que se ha ahoga en
las mieles de división de honor. Es una pena que un escudo con tanta historia y
reconocimiento dentro y fuera de Madrid se comporte así con sus jugadores, que
son los que de verdad le dan valor a su equipo y le hacen grande.